Allí continuábamos sentados los dos, uno frente al otro, cogidos de nuestras manos, mirándonos a los ojos como no se suelen mirar las personas, dándonos silencios. En ese momento empezó a entrar gente en la cafetería como cualquier día, como cualquier día normal y corriente, como sucedía siempre cada mañana. Parecía que la ciudad había despertado, parecía que todo había vuelto a ser como siempre, que todo era como había sido siempre.
A veces las cosas más bellas de la vida suceden donde nadie las ve, donde nadie las puede ver, donde nadie las observa. A veces las cosas más bellas de la vida pasan justo cuando terminamos de girar la cabeza hacia otro lado, justo cuando dejamos de mirar, justo cuando ya nos hemos ido. A veces las cosas más bellas de la vida pasan cuando parece que la misma vida ya se ha ido de allí.
Hubiese permanecido en aquella situación el resto de mi vida, hubiese deseado continuar en aquel estado el resto de mi existencia, allí, sentado en medio de aquella tranquilidad, quietud y silencio. Allí, con todos los pensamientos, ideas y cosas sucedidas durante los últimos días tomando sentido y encajando en un gran puzzle dentro de mi cabeza. Hubiese seguido en aquella situación el resto de mi vida… pero, un hilillo de silencio, de un silencio aún más silencio, si eso es posible de explicar, parecía romper aquella sagrada quietud, si eso es posible de explicar.
Continué tranquilamente sentado en aquel sillón de color marrón claro y crema. Todo en mi cabeza encajaba como nunca antes lo había hecho, y no tan solo lo ocurrido esa noche o aquellos últimos días, sino todo lo que me había pasado en la vida, todo. Aquella sensación de pleno sentido era el marco en el que ahora se presentaba una bonita e interesante fotografía de lo que había sido toda mi existencia.
Somos ruido, somos puro ruido, somos ruido hasta que un buen día nos convertimos en silencio. Hasta que un buen día el silencio nos salva de la locura de una noche sin fin. Somos ruido, un maldito e incesante ruido al que le estoy agradecido, al que le estoy inmensamente agradecido por empujarme hasta allí. Cuando todo es silencio en tu interior te das cuenta perfectamente de cómo encajan todas las piezas que te han llevado hasta el lugar en el que te hallas.
El silencio puede ser la mayor respuesta que has recibido a la mayor pregunta que hayas formulado. El silencio puede ser la sensación de que todas las piezas, todas y cada una de las piezas de un inmenso puzzle, encajan a la perfección. El silencio puede ser la brisa fresca que te acaricia la cara, que te calma, que te dice siéntate… y que te cuenta al oído todo lo que has querido saber, que te cuenta al oído, para que te duermas a gusto, el final de la historia que te ha llevado hasta allí.
Llevaba un rato allí dentro, dentro de la cafetería de la esquina de la estación de tren con aquellas tejas verdes, no sé cuánto exactamente, ni me importaba. No me importaba porque desde que había entrado allí mi dolor de cabeza había desaparecido por completo. No me importaba porque desde que había entrado allí todas aquellas voces atormentadoras que había en mi cabeza habían desaparecido por completo. Cuando estás bien, cuando te sientes bien, cuando no te duele nada, cuando no te preocupa nada, no te importa el tiempo que llevas en un sitio. Todo está bien.
Esta vez no fui corriendo, sabía perfectamente hacia dónde me dirigía, pero no corrí, estaba agotado, realmente agotado. Cada paso que daba era como si martilleasen un clavo en mi cabeza. Cada paso que daba el volumen de todas aquellas voces en el interior de mi cabeza aumentaba hasta límites inhumanos.
Anduve, anduve por las calles de la ciudad, sin rumbo, sin saber exactamente dónde iba. Las voces en mi cabeza y aquel dolor comenzaban a ser realmente insoportables. Parecía que aquella noche no iba a terminar nunca. Parecía que aquello no iba a terminar nunca.
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