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El Escritor Sin Libro - Capítulo 01

19/4/2017

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No solía pasar nunca por aquella calle, ni siquiera sé por qué pasé. Lo estuve haciendo durante toda la semana, siempre lo veía a él, al escritor.

Cuando caminas, encerrado en tu cabeza, parece que estás ahí, parece que estás al tanto de todo lo que te rodea a cada paso que das, pero es mentira, es tan solo tu cuerpo en una especie de piloto automático el que pone un pie tras otro.
Con nueve años me atropelló un coche. Me atropelló por la mala costumbre de no mirar a los lados al cruzar, desde entonces ya no voy como un zombi por la calle, desde entonces mi mente y mi cuerpo van de la mano cuando camino por la ciudad.

Es increíble la de cosas que nos rodean. Es increíble la de cosas que existen a nuestro alrededor cuando miramos, cuando las miramos, cuando nos damos cuenta de que están ahí. Alguna vez que otra me he preguntado muy seriamente si seguirán estando ahí cuando no miramos, cuando no las miramos, cuando no nos damos cuenta de que están ahí.

Desde el día en que aquel coche me hizo saltar por los aires soy como una esponja sensorial absorbiendo todos los detalles de los sitios por donde paso. Grafitis en las paredes, meadas de perros en las esquinas, decenas de pegatinas de colores anunciando servicios de cerrajería en las persianas de los comercios, papeleras con el fondo roto en las que la gente, aunque vean que tienen el fondo roto, sigue echando papeles, colillas y otras mierdas.

En una gran ciudad, en medio de una gran ciudad, si miras con detenimiento, entre todas las cosas sin vida e inertes que se pueden ver en algunas calles, como son los bancos de los parques, como son las motos aparcadas en hilera, como son las marquesinas de los autobuses con el anuncio de moda… entre todo eso, entre todo eso sin vida e inerte, siempre hay personas de un lado para otro con la mirada perdida y paso acelerado que parecen saber dónde ir. Alguna vez que otra me he preguntado seriamente si estarán yendo, viniendo o huyendo de algo.

La gente ya no mira a otra gente, hace unos años que se volvió peligroso. Quizás en algunos pueblos lejanos se siga haciendo, pero en las grandes ciudades hace mucho que mirar a los ojos de alguien que pasase a tu lado era jugar a la ruleta rusa.

Como ya nadie mira a nadie yo tengo la ventaja de poder mirarlos a todos ellos sin que me vean. Como ya nadie mira a nadie eso me da el poder de la invisibilidad, y desde ahí, colecciono gran variedad de gestos, de miradas perdidas, de ceños fruncidos, de caras de asco… y ojos, ojos que te cuentan toda su vida.

Los ojos del escritor eran los ojos más comunes que podían existir, cualquiera podía haber tenido aquellos ojos, pero, concretamente, aquellos eran del escritor.

No solía pasar por aquella calle nunca, y ni siquiera sé por qué pasé. Lo estuve haciendo durante toda la semana, siempre lo veía a él, al escritor. Una vez sentado en un banco de esa misma calle con la cabeza agachada leyendo unas hojas del periódico que sostenía en sus manos. Otra vez tumbado en el mismo banco con las hojas del periódico cubriendo su cara. Otras cuatro veces lo vi de espaldas girado a mí… y a la séptima vi sus ojos.

Los ojos del escritor eran los ojos más comunes que podían existir, cualquiera podía haber tenido aquellos ojos, pero yo sabía, perfectamente, que aquellos eran del escritor, de mi escritor favorito.

Continuará...

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