el blog de pedro alarcon
  • BLOG
  • SOBRE mi
  • CONTACTA

El Escritor Sin Libro - Capítulo 67

24/6/2017

Comentarios

 
“Lo tienes todo para conseguirlo… lo tienes todo. Además, no te estoy pidiendo nada del otro mundo… tan solo te estoy pidiendo que encuentres lo que tanto has estado buscando, tan solo eso… ¿O acaso no sabes lo que has estado buscando durante todo este tiempo?, ¿o acaso no conoces el motivo por el que te has quejado de todo lo que te ha sucedido en tu vida?, ¿o acaso no intuyes eso que has creído que tanta falta te hacía?
Tan solo te estoy pidiendo que encuentres lo que has estado buscando… tú sabrás lo que es, ¿no? En esta ocasión lo tienes más fácil que nunca, ahora puedes saber perfectamente lo que piensa cada persona de ahí abajo, puedes desvelar cada uno de los secretos que sus bocas han callado durante años, puedes contemplar cada uno de los deseos que han reprimido en silencio, puedes acceder a todos esos  - por qué -, - cómo -, - cuándo -, y - dónde-… que tanto te han quitado el sueño, ¿no te parece maravillosamente revelador y reveladoramente maravilloso?, ¡eh, superhéroe!

Lo tienes todo para conseguirlo… lo tienes todo, todo hasta que salga el sol, aunque no debes de preocuparte mucho… la noche es larga, casi casi eterna, eterna.

¡Camarero, lo de siempre!”  - dijo Coel levantando la mano y chasqueando los dedos a la vez que miraba por encima de mi hombro.

Giré la cabeza para mirar detrás de mis espaldas y no había nadie, giré la cabeza de nuevo hacia el cabrón de Coel y tampoco había nadie. No estaba allí, se había ido, se había esfumado no sé cómo. Mi cabeza no estaba acostumbrada para nada a aquellos truquitos de magia, creo que cualquier cabeza que se precie de ser normal no está, ni estará nunca acostumbra a ese tipo de trucos de magia.

Un sentimiento de urgencia empezó a recorrer mi cuerpo, salí corriendo de aquel reservado, bajé a toda prisa las mismas grandes escaleras de caracol por las que habíamos subido, atravesé a empujones toda la concurrida sala hasta la puerta de entrada. Cerrada, completamente cerrada. Busqué con desespero algún manillar de apertura, no encontré nada. Cerrada, completamente cerrada. Le di cuatro patadas bien dadas y otros tantos golpes. Cerrada, completamente cerrada. Busqué alguna ventana, terraza, o cualquier salida al exterior. Cerrado, todo completamente cerrado.

De nuevo, si cabe con mayores ganas, volvió a asaltarme el recuerdo frente al escaparate de la tienda de juguetes, de nuevo volví a sentirme tentado de echar mano, de recurrir, a la táctica que un día me ayudó - llorar y llamar a mi madre, llorar y llamar a mi madre -, ¡buaaaa…. buaaa… mamá… mamá…! Sabía que llorando no iba a salir de allí, y mi madre, mi madre, hacía mucho que ya no estaba, que ya no estaba… 
       
Hubo una vez que trabajé durante algunos años en un lugar en el que todos llevábamos uniforme, un hortera, incómodo y caluroso uniforme. Todas las mañanas yo me lo ponía para ir al trabajo. Me despertaba, me daba una ducha, me afeitaba, desayunaba, y me ponía el uniforme… No tenía que pensar qué ropa ponerme, tan solo tenía aquel uniforme. No tenía que mirar el armario y decidir cuál de las muchas camisas, camisetas y pantalones me tenía que poner. Aquel uniforme, aunque hortera, incómodo y caluroso, era la única opción, era mi única opción… y aquello me hacía feliz. Durante todo el tiempo que vestí aquel uniforme, en ese sentido, en el sentido de no tener que estar pensando qué me pongo o qué me dejo de poner, fui feliz. A veces he pensado que el poder elegir hace infeliz a un hombre, que el tener que decidir entre muchas cosas te hace más mal que bien, a lo mejor elegir entre 2 o 3 está bien, pero más… Tener que elegir entre más opciones te agota, y acaba por pasarte factura. Yo fui feliz, muy feliz, en ese sentido, no teniendo que pensar qué ropa me tenía que poner cada mañana, no eligiendo, no decidiendo, fui feliz.

Aquella puerta cerrada de la sala de fiestas era como aquel uniforme, la única opción, mi única opción. Al parecer no podía salir, al parecer no podía ir a ningún lado, al parecer no tenía más escapatoria que seguir allí encerrado viviendo aquella pesadilla sin sentido alguno que no alcanzaba a entender desde mi pobre mente racional. Al parecer, jugar al juego de Coel era la única opción para salir de allí, para que aquella puerta se abriese, para recuperar mi día a día.

Todas aquellas voces que se amontonaban en mi cabeza eran los pensamientos, deseos, secretos, esperanzas y diálogos internos de todos lo que allí había. Yo podía escucharlos a todos, a todos y cada uno de ellos. Por arte de magia, o algún giro cuántico del universo, estaban bajo aquel mismo techo todas las personas con las que me había cruzado en mi vida, todas y cada una de ellas. Quién sabe si aquella opción, la única opción de estar allí buscando, según Coel, lo que tanto había deseado encontrar… no iba a hacerme tan feliz como me hizo aquel uniforme. No podía elegir, no podía decidir, aquella era la única opción. A veces un hombre es feliz cuando tan solo tiene una opción.

Continuará...

Comentarios

    Categorías

    Todos
    Coaching
    Comienza Una Nueva Vida
    Cursos
    Dinero
    EESL
    Ejercicios
    Escritura Terapéutica
    Frases
    Gente Que Me Gusta
    Humor
    Inspiración
    Libros
    Mis Libros
    Motivación
    Preguntas
    Recomendaciones
    Reflexiones
    Supera Tu Problema
    Tapping
    Terapia De Pareja
    Tutoriales
    Vídeos

Con tecnología de Crea tu propio sitio web único con plantillas personalizables.
  • BLOG
  • SOBRE mi
  • CONTACTA