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El Escritor Sin Libro - Capítulo 74

1/7/2017

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He estado mirando la vida, durante mucho tiempo, en un solo sentido, de mí hacia afuera. Todas aquellas personas que, en aquellos momentos, en aquella sala abarrotada, estaban a mi alrededor, eran luces que me deslumbraban en la noche, luces que venían en otro sentido, de fuera hacia mí. Me deslumbraban, me cegaban.
Hubiese deseado el superpoder de volar, hubiese preferido rayos X en los ojos, hubiese sido mejor tener una fuerza increíble, o poderosas garras que saliesen de mis manos… pero, no, yo podía saber cómo se sentía una persona, yo podía saber lo que guardaba en sus recuerdos, yo podía saber y conocer la verdad de todo lo que había pasado. Hubiese deseado poder volar, hubiese sido más divertido, y menos doloroso.
 
A unos metros de cualquiera de aquellas personas, sintonizaba, buscaba su voz entre todas las que sonaban en mi cabeza, y raro era el caso en el que no me daba cuenta de que no estaba tan en lo cierto como pensé, raro era el caso en el que no me daba cuenta de que me había equivocado, raro era el caso en el que, a lo que yo creía que había sido mi experiencia de vida, no se le caía un trocito, o dos, o quizás más…
 
Miré a un lado del recinto. Efectivamente, aquella vez, aquella chica, era virgen, y no la creí, me equivoqué. Efectivamente, aquella otra vez, yo, era virgen, y ella no me creyó, se equivocó.
 
Miré a otro lado. Efectivamente, aquellos dos chulos de pelo engominado que estaban al final de la barra, sabían que me estaban estafando, lo sabían. Yo no lo supe en su día, ellos sí. A lo suyo se le puede llamar estafa, a lo mío se le puede llamar tontería, o estupidez. Se veía venir. A lo suyo se le puede llamar beneficio interesante, a lo mío se le puede llamar ruina durante cinco años, o no tener ni para tomarte un café. Se veía venir. Lo intuía, pero no lo sabía exactamente, ¡gracias superpoder, ahora lo sé!
 
Era yo, era yo… No me lo podía creer. Me metí en la cabeza de la chica más guapa de clase del último curso del instituto. Ella decía que le gustaba un chico de ojos verdes, nunca decía su nombre, nunca dijo su nombre. Yo me miraba al espejo cada día nada más llegar a mi casa después de clase, no veía el verde por ningún sitio, no veía el color verde en mis ojos por ningún sitio. Ella nunca decía su nombre, nunca dijo su nombre. Al final era yo, el chico de los ojos verdes era yo, aunque yo me los mirase en el espejo y me los viese color marrón, marrón claro, pero marrón. El chico de los ojos verdes era yo, ¡gracias superpoder, era yo!
 
También fui yo, también fui yo… Podía descansar en paz. Me metí en la cabeza de mi abuela, de mi querida abuela. Ella nunca dijo nada, ella nunca dijo nada… pero yo creía que al nacer mi prima, esta fue su favorita y que la quería más que a mí, ¡cosas de niños! Pero era yo, me quiso más a mí… Siempre fui su favorito, podía descansar en paz. Fui el favorito de mi abuela favorita. Fui yo, ¡gracias superpoder, fui yo!
 
Primera novia, no era yo, su anterior novio besaba mejor. Segunda novia, no, no era yo, a su anterior novio lo quiso más que a mí. Tercera novia, no, no era yo tampoco, su anterior novio estaba más fuerte que yo, ¡puto superpoder! Primera, segunda, tercera, cuarta, quinta, sexta, séptima… no, no fui yo nunca, no fui yo, siempre fue otro, ¡superpoder, que te den por culo! Primera, segunda, cuarta, quinta, sexta, séptima, sí fui yo, la mía era más grande y yo follaba mejor, ¡gracias superpoder, te quiero!
 
Si algo en la vida te viene bien, es bueno. Si algo en la vida te viene mal, es malo. Si alguien te dice algo que tú quieres escuchar, es bueno. Si alguien te dice algo que tú no quieres escuchar, es malo. En realidad no hay nada ni bueno ni malo. Tan solo había cosas que no quería escuchar y otras que sí. Aquello no tenía nada que ver con la verdad, o con la mentira. Nada en la vida tiene que ver con la verdad o con la mentira, tan solo con lo que queremos escuchar, y con lo que no queremos escuchar. Es simple.     
 
Paseé por la sala, invisible, invisible para todos los que allí estaban. No me acordaba ya de él. Resulta que al dueño del quiosco de chucherías de al lado de una de las casas donde viví de pequeño, yo le caía bien. Mis chapetas coloradas, mis mofletes, y mis kilos de más, le recordaban a su nieto, que había muerto hacía algunos años. Ese era el motivo por el que me regalaba una bolsa de golosinas cada vez que me veía pasar frente a su negocio. Él creía que de aquella manera yo pasaría más a menudo y así se sentiría menos apenado por su pérdida. A veces uno no puede ni imaginarse qué hay detrás de caerle bien a una persona.
 
Continué paseando. No me acordaba ya de ella. Resulta que la dueña de la mercería de al lado de una de las casas donde viví de pequeño, yo no le caía bien. Mis chapetas coloradas, mis mofletes, y mis kilos de más, le recordaban a su nieto, que había muerto hacía algunos años. Ese era el motivo por el que me ponía mala cara cada vez que iba con mi madre a comprar algo a su tienda. Ella creía que de aquella manera yo dejaría de ir allí, así no le recordaría a su nieto fallecido, y no se sentiría apenada por su pérdida. A veces uno no puede ni imaginarse qué hay detrás de caerle mal a una persona.
 
Una vuelta por aquí… Era ella, sí. Los tenía todos, al final resulta que ella los tenía todos, todos guardados. Tenía todos los balones que se nos colaron en su patio. Jugábamos al futbol en plena calle, una de las porterías era la pared de la casa de una señora mayor, que vivía sola, y siempre vestía de negro. A veces, si le dábamos al balón muy fuerte la pelota pasaba por encima de la pared e iba a parar al interior de su patio. Echábamos a suertes quién iba a pedirle el balón. Tocábamos la puerta, ella salía, le decíamos que si nos podía devolver la pelota que se nos acababa de colar en su patio, nos miraba con una extraña sonrisa, de cierta belleza fúnebre, y nos decía que en su patio no había caído ningún balón. Los tenía todos, estaban todos guardados en un armario. Para nada en especial, tan solo los tenía allí. A veces uno no puede ni imaginarse por qué la gente guarda cosas que no les valen para nada, absolutamente para nada.
 
Una vuelta por allá… Me alegró verla, me alegró bastante volver a verla. Fue una pena, fue una pena que un buen día, sin que nadie se lo esperase, se tirase del balcón de su casa. Era una mujer que siempre sonreía cuando pasaba a tu lado. Siempre te miraba, te saludaba y sonreía. Podía haber vivido en un primer piso y, con suerte, haber caído bien. Podía haber vivido en un segundo piso y, con suerte, haberse quedado paralítica. Vivía en el quinto piso. Parece que la suerte disminuye con la altura. Nadie supo nunca por qué se tiró. Nadie supo por qué se tiró del quinto piso. Nadie supo por qué una mujer que sonreía pudo tirarse desde tan alto. A veces nos creemos que las sonrisas son como paracaídas. La gente que sonríe, por desgracia, también salta de los balcones. Lo hacen cuando dejan de sonreír, justo cuando dejan de sonreír, por eso no se abre el paracaídas de su sonrisa.

Continuará...
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