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El Escritor Sin Libro - Capítulo 75

2/7/2017

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Vuelta aquí, y vuelta allá. Voz aquí, y voz allá. Lectura del pasado aquí, y lectura del pasado allá. Viaje al pasado aquí, y viaje al pasado allá… Me había olvidado de Coel, de él y de que seguía metido en aquella puta locura que todavía no alcanzaba a comprender, a saber por qué sucedía, a entender cómo se estaban violando todas las leyes de la naturaleza y del universo en aquella sala. Personas con el mismo aspecto que hace décadas, personas ya fallecidas, lectura de mentes, sentir sentimientos ajenos, ¡lo dicho, una puta locura!
Pero, ese viaje por mi pasado, por mi vida, por unos momentos me había hecho olvidar que estaba allí, que estaba allí haciendo no sé qué, y no sé para qué. Coel me dijo que no saldría de allí hasta que no encontrase lo que estaba buscando. Confieso que no sé a qué se refería, en absoluto. También confieso que nunca he sabido lo que he estado buscando, en absoluto. Sé que he estado buscando algo, durante mucho tiempo, quizás durante demasiado tiempo, no sé, toda mi vida. Buscando algo como si ese algo me faltase, o como si me hiciese falta para completar algo, no sé, quizás la pieza de un puzzle, quizás la pista de algún enigma, o quizás el capítulo de un libro por concluir.
 
Hay veces que uno de los peores dolores y sentimientos que puede tener una persona es el de creer que te falta algo… aunque no te falte en realidad, aunque no sepas el qué en realidad, aunque estés equivocado. El creer que te falta algo puede ser angustiante. Para ser más exactos, el creer que te falta algo y no saber qué es, es angustiante. El ser humano puede diseñar toda una vida en busca de ese algo, puede sentirlo un día, sentir esa falta, y cruzar medio mundo para encontrar lo que sea que no sabe que está buscando.
 
Por unos momentos me había olvidado de Coel, de mi puto escritor favorito. Recordé todo lo sucedido, ese día y el anterior, cuando me crucé con él por primera vez en aquella calle, y, desde donde yo estaba, se veía todo como un sueño dentro de un sueño dentro de otro sueño. Como si me mirase en un espejo que refleja un espejo que refleja otro espejo. Quién era mi yo real, el yo que se miraba en el espejo, el primer reflejo, el segundo reflejo…
 
Volví a olvidarme de Coel, aquellas voces que había en mi cabeza no me dejaban opción para otra cosa, para otra cosa que para saberlo todo de las personas de aquella sala.
 
Los chicos del campamento de verano, al que me apuntó mi abuela con toda su buena intención, y no resultó tan bonito como pensé, ¡qué hijos de puta, el primer día me llenaron la maleta de cangrejos que cogieron en la playa y estuve oliendo a marea baja durante aquellas dos semanas!
 
Las chicas que me enseñaron a jugar a la goma y a saltar a la comba. Cuando eres un chaval regordete, patoso, que mete goles en su propia portería, cualquiera de los dos equipos prefería ir uno menos que tenerme a mí en el equipo. Crecí en una sociedad, y en unos tiempos, en los que si no jugabas al futbol te condenaban a irte con las chicas a saltar a la comba, ¡bendita condena!
 
El camarero del bar donde me pillé mi segunda, mi tercera, y mi quinta borrachera. Qué cabrón, nos metía garrafón del malo, y nos cobraba más de la cuenta. Tras andar por sus pensamientos un rato supe que lo que en el fondo deseaba era que nos doliese la cabeza de tal manera al día siguiente que no volviésemos a beber en toda nuestra vida. Además, si nos cobraba de más, no tendríamos dinero para seguir bebiendo en otro sitio y nos iríamos pronto a casa. Esa era su intención. Sorpresas te da la vida.
 
La encargada del comedor del colegio, de uno de mis tantos colegios. Nos hacía comer aquel asqueroso potaje, e incluso repetir. Creo que odiaba a la humanidad, y aquel era el primer paso para empezar a exterminarla. Tras darme una vuelta por sus pensamientos supe que lo que en el fondo quería es que nos alimentáramos bien, que no cayésemos enfermos, que nos criásemos sanos y fuertes, aunque fuese con aquel potaje repugnante. Esa era su intención. Sorpresas te da la vida.
 
Mis profesores, todos mis profesores, los buenos y, después de leerles a todos los pensamientos, los menos buenos, que no malos. Mis compañeros de instituto, todos mis compañeros de instituto, los buenos y, después de ver exactamente lo que había en sus cabezas, los menos buenos, que no malos. Vecinos. Cajeras de supermercado. Mecánicos. Dentistas. Floristas. Monitores de gimnasio… Todas las personas con las que me había cruzado en mi vida. Aquella chica que tocaba la guitarra en aquel parque todas las tardes. Aquel chico tan tímido con el que me cruzaba siempre en el ascensor... Abuelos, abuelas, tíos, tías, primos, primas, excuñados, excuñadas, exsuegros, exsuegras, compañeros y compañeras de trabajo, exjefes y exjefas, ¡cuánto amor, cuánto odio!
 
Ellas, todas ellas también. Mis novias reconocidas, y no reconocidas, rolletes serios e informales, ligues de una noche, engaños descubiertos y secretos hasta la tumba. Ellas, todas mis relaciones de alguna u otra manera. Todas ellas tenían algo en común, todas hubiesen querido que la cosa hubiese sido de otra manera. Supongo que es lógico, si no fuese así aun seguiríamos juntos. En esto de las relaciones siempre hay alguien que quiere algo más que el otro, si lo obtiene la relación sigue, si no también puede seguir, depende de si hay otro lugar donde ir, u otra cosa que hacer. Todas ellas tenían algo en común, todas pensaban que tuve que hacer algo más, una especie de extra, una especie de esfuerzo porque la cosa hubiese sido mejor. No sé, si fui a verlas una vez… tenía que haber ido dos. No sé, si les di dos años de mi vida… tenía que haberles dado cuatro. Siempre algo más. Todas ellas también tenían algo en común, a mí, a mí y a la creencia de que yo no había sido yo mismo nunca con ellas, con ninguna. Tenían razón, a lo mejor fui lo que ellas quisieron, lo que ellas imaginaron y desearon por unos momentos, semanas, meses, o años… pero, no fui yo, nunca fui yo. ¡Cuánto amor, cuánto odio!    
 
Todas las personas con las que alguna vez en la vida había compartido algo. Y, ¡cómo no!, ellos… Él sentado en la misma mesa de siempre, pidiendo lo mismo de siempre. Ella detrás de la misma barra de siempre, sirviéndole lo mismo de siempre. Él, mirándola sin que ella se diese cuenta, como siempre. Ella, no dándose cuenta de que él la miraba, como siempre. Un día, y otro, y otro. Nadie se daba cuenta. Aquella fue la historia, pero nunca nadie se dio cuenta de nada.
 
Yo ahora podía saberlo. Nadie nunca se dio cuenta de nada. Nadie nunca se dio cuenta de que aquel muchacho que acudía a aquella cafetería cada tarde a merendar estaba completamente enamorado de aquella camarera. Nadie nunca se dio cuenta de cómo aquel muchacho miraba a aquella muchacha. Nadie nunca se dio cuenta de cómo lo mejor de su día, de cómo lo mejor de su vida, era ella, aquella camarera. Nadie nunca se dio cuenta de cómo aquel muchacho se montaba mil historias en su pobre cabeza, de como escribía mil poesías sin necesidad de bolígrafo o lápiz, de cómo filmaba en sus pensamientos cientos de películas en las que ellos eran los protagonistas, y siempre había un bonito final feliz al final en el horizonte. Nadie nunca se dio cuenta de cómo aquel muchacho estaba completamente de ella, de aquella camarera. Yo ahora sí podía saberlo, pude entrar en su cabeza, pude saberlo, lo sentí. Aquel muchacho amaba a aquella chica como nunca he visto que nadie amase a otra persona. Nadie nunca se dio cuenta. Ella nunca se dio cuenta.
 
Deberíamos de ser transparentes, completamente transparentes. De esta manera, sabríamos todo lo que hay dentro del que tenemos al lado, de esta manera, sabríamos qué es lo que está pensando quien tenemos al lado. De esta manera, aquella chica hubiese podido saber lo que sentía aquel chico, hubiese podido saber que aquel chico la quería, la amaba, como, seguro, jamás la iba a querer, o amar, nadie. Jamás. Querer. Amar. Nadie.
 
Deberíamos de ser transparentes, así no nos llevaríamos a la tumba más deseos y anhelos de la cuenta. Deberíamos de ser transparentes.

Continuará...
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